Sumergida en el más profundo dolor por las súbita pérdida de mi augusto esposo y soberano, sólo una obligación sagrada...puede hacerme interrumpir el silencio que exige la intensidad de mi pesar...Para disipar esa incertidumbre y precaver la inquietud y extravío que produce en los ánimos, he crío mi deber anticiparme a conjeturas y adivinaciones con la franca manifestación de los principios que he de seguir constantemente en el gobierno, de que estoy encargada por la última voluntad del Rey durante la minoría de edad de la Reina, mi muy cara y amada hija doña Isabel. La religión y la Monarquía serán respetadas, protegidas y mantenidas por mí en toda su vigor y pureza (...). Tengo la más mínima satisfacción de que sea un deber para mi conservar intacto el depósito de autoridad real que se me ha confiado (...) Me esforzaré en corregir los vicios que el tiempo y los hombres han introducido en la administración pública (...) y serán materias de mis desvelos las necesarias reformas administrativas. Ni el nombre de la Reina ni el mío son la divisa de una parcialidad, sino la bandera tutelar de la Nación: mi amor, mi protección y mis cuidados son de todos los españoles. En el Palacio Real de Madrid a 4 de agosto de 1833. Yo la Reina Gobernadora. |
MANIFIESTO DE LA REINA GOBERNADORA (1833).
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