UNIDADES DIDÁCTICAS

En España el respeto es revolucionario. Fernando de los Ríos.

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Hobsbawm y la España de los cincuenta.

Llevaba un tiempo con una tarea pendiente, la lectura de la autobiografía de Eric Hobsbawm, un autor que siempre ha sido una de mis referencias. El libro complementa su Historia del Siglo XX con interesantes reflexiones sobre el Stalinismo, la Guerra Fría, el Mayo del 68, la evolución de los Partidos Comunistas en Europa, los intelectuales, etc.. Los aspectos referentes a España suelen aparecer a lo largo del libro, siempre vinculados a la movilización de la izquierda británica a favor de la República durante la Guerra Civil, no obstante, el capítulo 20 "De Franco a Berlusconi" se dedica a España e Italia específicamente, en España son dos las experiencias del autor, una incursión en Puigcerdá en plena Guerra Civil, con no demasiada fortuna, y su viaje a España en 1951, del que os dejo este fragmento, con algunas intuiciones, a mi parecer, bastante interesantes.



Ya no estoy seguro de qué me empujó a viajar a España en las vacaciones de Semana Santa de 1951. Era un país cuya lengua desconocía, aparte de algunos textos de eslóganes y canciones de la guerra civil y el vocabulario ideológico que, en cualquier caso, era internacional. Como haría posteriormente en Italia, tuve que aprenderlo con las conversaciones, haciendo uso de vez en cuando de un pequeño diccionario de bolsillo. (Me resultó más fácil en Italia, donde la gente con la que hablaba utilizaba un italiano culto, que en España, donde apenas pude intercambiar información con intelectuales. De haber podido, probablemente nos habríamos entendido en francés.) Pero de una forma u otra, lograría cierta fluidez -aunque no gramatical- en ambas lenguas en muy poco tiempo, empezando inmediatamente después de mi llegada a Barcelona, por una velada en el Café Nuevo del Paralelo (café y espectáculo, un duro) cuando mi vecino, un albañil recién llegado de Murcia en busca de trabajo, me enseñó palabras tales como “guapa”, “fea”, “gorda”, “delgada”,”rubia”, “morena” y otros vocablos importantes mientras me indicaba su significado señalando los rasgos correspondientes en Ias artistas (mediocres) del diminuto escenario.Mis apuntes de entonces dan a entender que sentía muchísima curiosidad por las noticias en torno al gran boicot a los tranvías, llevado a cabo con éxito a principios de marzo en Barcelona, contra la subida de las tarifas, al que siguió una huelga general sobre la que escribí un trabajo a mi regreso. Pensaba, con demasiada anticipación, que aquel acontecimiento «rompía esa corteza de pasividad que (ante la falta de organizaciones ilegales eficaces) constituye el mayor triunfo de Franco en la actualidad... Fue una valoración excesivamente optimista, aunque las primeras brechas en el régimen empezaron a abrirse en la segunda mitad de esa década. Los exiliados antifranquistas que conocí por aquel entonces no provenían exclusivamente del entorno republicano, como era el caso del historiador Nicolás Sánchez Albornoz, hijo del hombre al que los emigrados seguían considerando presidente nominal de una República fantasma, sino que eran hijos de familias que formaban la elite franquista. Uno de ellos, mi querido amigo Vicente Girbau León, había pasado de su puesto en el Ministerio de Asuntos Exteriores del general directamente a una de sus cárceles. Posteriormente compartiría conmigo mi piso en Bloomsbury, antes de colaborar en la fundación de la casa editorial Ruedo Ibérico, cuyas publicaciones, entre ellas la obra pionera sobre la guerra civil española escrita por Hugh Thomas pasarían de contrabando a la Península y ejercerían durante los años sesenta una gran influencia en el interior del país sobre el movimiento de disidencia juvenil en rápida expansión. También fue él quien me puso más tarde en contacto con los anarquistas.
En cualquier caso, en 1951 tuve mi primera experiencia de una Barcelona que seguía estando llena de “esos grupos de la policía armada con uniforme gris y con fusiles y metralletas, diseminados cada cien metros por el centro de la ciudad y las puertas de las fábricas” que también vigilaban los característicos edificios palaciegos de las sedes bancarias, símbolo del paisaje de las calles céntricas de la ciudades de la España de Franco cual fortalezas de los dirigentes que regían los destinos de un pueblo hambriento. Tras unos días en Barcelona me dirigí, haciendo una combinación de desplazamientos por tren y en autoestop, hasta Valencia, luego a Murcia, Madrid, Guadalajara y Zaragoza, para terminar regresando a Barcelona.
A comienzo de los cincuenta España era un país pobre y hambriento, quizá más hambriento que lo que ningún ser viviente pudiera recordar. La gente parecía vivir de patatas, coliflor y naranjas. Mientras contemplaba la maravillosa catedral de tonalidades rosadas de Tarragona entra las ruinas de su época romana, me preguntaba si acaso la ciudad había atravesado alguna vez en su antiquísima historia por una situación tan dramática como aquélla. En España no había voces públicas. Las noticias que se producían en Barcelona llegaban al resto del país de boca en boca, por los viajeros como yo, por los vendedores ambulantes, los camioneros y algún oyente ocasional de las emisoras dc radio extranjeras. En la prensa sólo se hacían oscuras alusiones. Intelectualmente, España, la mayor parte de cuyos talentos había emigrado, era un país asfixiado (pocas obras españolas en las librerías “serias”; las traducciones e incluso los clásicos de la literatura española estaban principalmente en ediciones que procedían de América Latina).
España era infeliz. Una y otra vez, en cafés, en las cabinas de los camiones, en las oficinas increíblemente feas del servicio de correos, en los vagones de los trenes, lentos pero baratos, la gente solía hacer comentarios como: “Este es el peor país del mundo” o “La gente de este país es más pobre que la de cualquier otro lugar”. “Todo en este país ha ido de mal en peor desde Primo de Rivera”, decía la matriarca de una familia de buhoneros de Madrid que me tomó bajo su protección. España no había olvidado la guerra civil, y los vencidos, aunque desprovistos de todo poder y sin esperanzas, no habían cambiado su forma de pensar al respecto. Y sin embargo, una y otra vez, cuando surgía el tema, siempre había alguien que decía: "La guerra civil: no hay nada peor. Padres contra hijos, hermanos contra hermanos”. La España de Franco de comienzos de los cincuenta era un régimen que se sostenía en cl argumento de Thomas Hobbes de que cualquier orden político eficaz es mejor que no tener orden. El régimen sobrevivió, a pesar de lo perceptible que era su injusticia y de la impopularidad de que gozaba entre las masas -en cualquier caso en la zona este del país por Ia que viajé-, no tanto por su poder y su disposición a sembrar el terror, sino porque nadie deseaba otra guerra civil. Quizá Franco no habría conseguido mantenerse en el poder si, al final de la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos y los británicos hubieran decidido lo contrario y hubiesen permitido a las unidades de la resistencia armada del sur de Francia, compuestas en su gran mayoría de españoles republicanos, invadir el país. Pero no lo hicieron.
Jornaleros agrarios en Guadalajara. Años 50.

España, sobre todo, era un país aislado. Su régimen manchado de sangre seguía viviendo bajo el caparazón de la antimodernidad, bajo el catolicismo tradicionalista y la autarquía. La extraordinaria industrialización del país, que lo haría irreconocible y que incluso cambiaría el aspecto físico de los españoles en los treinta o cuarenta años siguientes, apenas había empezado. ¿En qué otro país europeo, excepto en Portugal -otro Estado igualmente enclaustrado-, se podía encontrar aún un lugar como Murcia, cuyo aspecto no se diferenciaba en nada de una ciudad provinciana de los Habsburgo de antes de 1914: docenas de niñeras vestidas con uniforme negro y blanco, vigilando a sus niños por la alameda, observadas por los soldados desde los cuarteles cercanos: muchachas de clase media siempre acompañadas por carabinas: campesinos y tratantes de cerdos haciendo negocios en los bares del mercado? Los turistas se contaban por centenares, no por decenas de millones. Las costas del Mediterráneo todavía estaban vacías. Cuando pienso en las de la Andalucía de comienzos de los cincuenta, lo que me viene a la memoria es una carretera desierta, polvorienta, en medio de un calor sofocante, discurriendo entre las rocas y el mar bajo, y la visión de unos buitres que descendían del cielo por todos los lados para unirse al resto de sus congéneres que ya estaban destripando el cadáver de una mula o un asno. Quizá fuera la ausencia de ese gran corruptor de la moral que es el turismo en masa de los ricos en la tierra de los pobres lo que permitía a los españoles de aquella época mantener su orgullo tradicional. Nada me sorprendió más por aquel entonces que la insistencia de los hombres y mujeres humildes por mantener una relación de reciprocidad: no aceptaban un cigarrillo sin ofrecer otro a cambio, o rechazaban la invitación a una copa de brandy de un inglés evidentemente más acomodado al no poder corresponder adecuadamente, pero en cambio sí aceptaban un café porque hasta ahí llegaban. De acuerdo con mi experiencia, los extranjeros todavía no eran principalmente una fuente de ingresos para la gente pobre, ni siquiera cuando -como en 1952- llegaban a Sevilla, como hice yo con un grupo de amigos estudiantes, en un yate claramente británico y lo amarraban en la ciudad, justo en frente de los bares de Triana, que por aquel entonces aún no eran un lugar de encuentro de la gente bien.
Como España parecía anclada en su historia, y posiblemente seguiría así durante mucho tiempo, resultaba un escenario extraordinariamente peligroso para los observadores y los analistas del exterior. La presencia abrumadora de un pasado aparentemente inalterable -incluido el pasado más reciente- ocultaba las fuerzas, internas y externas, que en las próximas décadas transformarían el país de un modo más espectacular e irreversible que prácticamente cualquier otro de Europa. Me esforcé en comprender su historia, pero, aparte de darme cuenta de que el franquismo no iba a durar, sinceramente no tenía ninguna pista que me indicara adónde se dirigía. Incluso en 1966 escribía lo siguiente: «El capitalismo ha fracasado de forma persistente en ese país, y lo mismo ha sucedido con la revolución social, a pesar de la constante inminencia de ésta y sus erupciones ocasionales». Todavía no se había evidenciado para mí cuán anacrónica era esa opinión ya por aquel entonces. ¿Acaso en los años cincuenta un contacto más estrecho con la oposición antifranquista o con los intelectuales españoles me habría proporcionado un sentido más exacto de la realidad? Lo dudo, pues el único partido de oposición eficaz que existía, el Partido Comunista seguía sin querer aceptar la información que del país les traían sus cuadros clandestinos de que no se vislumbraba en absoluto un derrocamiento repentino del régimen. Los anarquistas, otrora poderosos en el seno del movimiento obrero español, no habían conseguido sobrevivir a la guerra civil como una fuerza de peso. No obstante, cuando pienso en ello, me sorprende el poco contacto que mantuve en los años cincuenta con las personas intelectual y políticamente claves de España, o, antes de los sesenta, con la nueva generación de estudiantes y ex estudiantes españoles que vinieron a verme a Londres como a alguien de quien habían oído decir que era de izquierdas, o como lectores de mis libros, que empezaron a ser publicados por editores que no conocía, a veces traducidos bastante mal, a partir de 1964 (un síntoma del lento debilitamiento del régimen frente a la disidencia cultural y política en masa de sus jóvenes universitarios).

Hobsbawm, Eric, Años interesantes, una vida en el siglo XX. Crítica, 2003. Pág. 312-315

Evolución de la población ocupada por sectores económicos 1900-2008.

El gráfico de barras muestra la evolución de la población ocupada por sectores económicos en España entre 1900 y 2008 en tantos por ciento.

a) El sector primario incluye las actividades dedicadas a la obtención de materias primas: agricultura, ganadería, explotación forestal, pesca y minería. A principios del siglo XX ocupaba a la mayoría de la población (63,6%), debido a la que la economía y la sociedad eran agrarias. Desde entonces se ha reducido, salvo en momentos concretos, hasta alcanzar cifras muy bajas (4,0% en 2008).
– En el primer tercio del siglo XX su descenso estuvo relacionado con la fase inicial del éxodo rural.
Durante la Guerra Civil y la posguerra se recuperó, pues la población permaneció en el campo ante las dificultades de empleo y alimentación existentes en las ciudades y la errónea política autárquica que condeno al retraso económico español durante casi dos décadas. 
Entre 1950 y 1975 prosiguió la reducción de la población ocupada en el sector primario al acelerarse el éxodo rural con la mecanización del campo y la oferta de empleo en la industria y los servicios turísticos.
Desde 1975 el descenso se desacelera, por la detención del éxodo rural a raíz de la crisis y porque ya se encuentra en niveles bajos. No obstante, todavía cabe esperar un descenso, a medida que la modernización agraria obligue al abandono de las explotaciones poco rentables.
b) El sector secundario comprende las actividades destinadas a la transformación de las materias primas: la industria y la construcción. A principios del siglo XX ocupaba a un escaso porcentaje de la población (16%), debido al insuficiente desarrollo industrial.Desde entonces ha tenido un crecimiento fluctuante hasta situarse en cifras similares a las de otros países industrializados europeos (27,9% en 2008).
– En el primer tercio del siglo XX la población ocupada en el sector secundario creció con el impulso dado a la industria y a las obras públicas por la dictadura de Primo de Rivera.
– Durante la Guerra Civil y la posguerra el crecimiento se frenó a causa de la destrucción de industrias, el mantenimiento o retorno de la población al campo, y los problemas creados a la industria por la política autárquica.
– Entre 1960 y 1975, superada la situación anterior, el sector secundario cobró gran auge. Sus bases fueron el impulso dado a la industria por los planes de desarrollo y el aumento de la construcción en las ciudades industriales y áreas turísticas.
Desde 1975 la población activa de este sector disminuyó. La crisis económica, que fue sobre todo industrial, produjo el trasvase de parte de su población al sector terciario. Además, la industria moderna utiliza nuevas tecnologías que requieren menos manos de obra y demanda cada vez más servicios a la producción, dando lugar al conocido fenómeno de “terciarización de la industria”.
c) El sector terciario incluye las actividades que proporcionan servicios: transporte, comercio, turismo, sanidad, educación o finanzas. A principios del siglo XX ocupaba también a un escaso porcentaje de la población (17,8%), debido al bajo nivel de vida. Desde entonces ha crecido, salvo el paréntesis de la Guerra Civil, hasta ocupar en la actualidad a la mayoría de la población (68,1% en 2008). Las causas de este crecimiento han sido las siguientes:
– El aumento del nivel económico y del nivel de vida permite el consumo de servicios cada vez más numerosos y especializados.
– Los cambios operados en los otros sectores económicos han favorecido al sector terciario: la mecanización agraria primero y la crisis industrial después, trasvasaron población al sector terciario; y la actual terciarización de la industria fomenta numerosos servicios a la producción. 
– El desarrollo de ciertas actividades terciarias, como el turismo y los servicios públicos relacionados con la creación de la administración autonómica y europea y con el desarrollo del estado del bienestar, ha impulsado los servicios hoteleros, administrativos, sanitarios y educativos.
– La creciente incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar se realiza básicamente en este sector, e impulsa ciertos servicios como las guarderías y la ayuda doméstica. 

Evolución población activa en el sector primario. 1900-2000.

Evolución de la Población activa 1900-2000

1. Evolución de la tase de población activa en el sector primario.

El gráfico de líneas muestra la evolución de la tasa de población activa en el sector primario entre 1900 y 2000 en tantos por cierto. En general, se aprecia que el porcentaje de población activa del sector experimenta una fuerte reducción, pasando entre las fecha señalas, de aproximadamente un 67% a un 11%.

2. Causas que explican la evolución.

- Entre 1900 y 1955, el porcentaje de población activa del sector primario tuvo valores elevados. A principios de siglo, englobaba a la mayoría de la población activa (un 67%, aproximadamente). Las razones eran variadas: la economía y la sociedad eran principalmente agrarias, los otros dos sectores económicos tenían escaso desarrollo y la mecanización del campo todavía estaba poco extendida, de modo que la realización de las tareas requería mucha mano de obra. 
En el primer tercio del siglo XX, la población activa agraria inició un descenso debido al inicio del éxodo rural motivado por el exceso de brazos en el campo debido a la crisis de la filoxera en las zonas vitivinícolas y al inicio de la mecanización agraria en las áreas cerealísticas. Esta tendencia se vio favorecida por la demanda de puestos de trabajo en las áreas industriales de Madrid, Barcelona y el País Vasco, y en las obras públicas, impulsadas durante la dictadura de Primo de Rivera.
Durante la Guerra in-civil y los años de la posguerra, el descenso de la población activa del sector primario se estancó ante la destrucción de industrias y las dificultades económicas, de empleo y de alimentación en la ciudades durante los primeros años de la posguerra, que favorecieron el mantenimiento de la población en el campo, e incluso el retorno a él. Este hecho se vio impulsado por la política franquista de colonización que retuvo a la población agraria en el campo (extensión del regadio y creación de nuevos núcleos de hábitat rural).

- Entre 1955 y 1973, el descenso de la población activa agraria alcanzó su mayor volumen, coincidiendo con la etapa de mayor intensidad del éxodo rural. Las causas fueron el incremento (Baby boom posbélico retrasado), la crisis de la agricultura tradicional por la mecanización del campo, el auge industrial impulsado por los planes de desarrollo y el crecimiento del turismo, que generó puestos de trabajo en los servicios turísticos y en la construcción.

- Entre 1973 a 2000, el descenso de la población activa agraria se ha desacelerado, aunque continua decreciendo hasta situarse en cifras bajas. La causa de la desaceleración fue la crisis industrial que paralizó la emigración a las regiones industrializadas en crisis, e incluso provocó algunos retornos al campo. Tras la crisis, ha colaborado a reducir el éxodo rural el progreso de la tecnificación agraria, las políticas de desarrollo rural, la implantación en el medio rural de actividades industriales y servicios procedentes de las ciudades, y las migraciones residenciales. No obstante, todavía podría incrementarse en los próximos años, como respuesta a la modernización agraria, que hará desaparecer muchas de las explotaciones más tradicionales o de las trabajadas a tiempo parcial. 
3. Consecuencias fundamentales que se pueden derivar.
Las consecuencias del fuerte descenso de la población activa agraria se manifiestan en los terrenos demográfico, socioeconómico y medioambiental.
a) En el terreno demográfico ha ocasionado un fuerte envejecimiento de la población rural, como resultado de la emigración de los jóvenes a las ciudades, y el despoblamiento de algunas zonas. Frente a este problema, la actual política de desarrollo rural favorece la permanencia de la población rural mediante la concesión de indemnizaciones compensatorias, la mejora de la competetitividad de las explotaciones, la diversificación económica, y las ayudas a la instalación de jóvenes agricultores. Por otro lado, han quedado en el campo agricultores con escaso nivel de formación, mas reacios a la innovación. Por eso, se trata de incrementar la formación básica evitando el abandono temprano del sistema educativo; y fomentando la formación profesional y continua.

b) En el terreno socioeconómico, el descenso de población activa agraria ha ocasionado un déficit de infraestructuras, servicios elementales (recogida de basuras, electrificación, telefonía) y equipamientos (docente, asistencial, sanitario, deportivo, cultural) por falta de una demanda suficiente, con la consiguiente repercusión en el nivel de vida de la población rural. Frente a este problema se llevan a cabo actuaciones para mejorar la accesibilidad y la dotación de infraestructuras, servicios y equipamientos, garantizando que nadie quede demasiado alejado de estos. Para ello, tienden a implantarse en los pequeños núcleos urbanos repartidos por el espacio rural, que actúan como centros de concentración de la población del entorno.

c) En el terreno medioambiental, el despoblamiento amenaza la supervivencia de paisajes rurales tradicionales, de gran valor histórico y cultural. Para evitarlo la política de desarrollo rural de la UE concede ayudas para el mantenimiento de la población y de las actividades tradicionales. 

Evolución de la población ocupada en la industria. 1860-1975.


El gráfico muestra la evolución de la población española ocupada en la industria entre 1860 y 1975 en tantos por ciento respecto al total de la población ocupada.
- En 1860 la población ocupada en la industria era muy escasa, debido al retraso con el que se inició la revolución industrial. Por tanto, esta población estaba integrada en su mayor parte por personas que realizaban actividades de carácter artesanal.
- Entre 1860 y 1910, el descenso o desaceleración de la población industrial se debió a dos hechos. En primer lugar, a las dificultades que tuvo la primera industrialización en España. Después, a la desaceleración sufrida por la industria británica y francesa, de las que la industria española era muy dependiente, motivada por el traslado de las innovaciones de la segunda revolución industrial a Estados Unidos y Alemania.
- Entre 1910 y 1920, el fuerte incremento de la población industrial reflejó el crecimiento experimentado por la industria, causado por la inversión en esta actividad de los capitales repatriados tras la pérdida de las últimas colonias en 1898 y por las ventajas obtenidas de la no participación en la primera Guerra Mundial, durante la cual la industria española se convirtió en abastecedora de productos para los países beligerantes. Además, influyó favorablemente la adopción de las innovaciones de la segunda revolución industrial (utilización de los hidrocarburos y de la electricidad).
- Entre 1930 y 1940 el crecimiento de la población industrial se interrumpió. La guerra civil destruyó industrias y provocó el retorno de algunas personas al campo, y durante los primeros años de la posguerra su recuperación fue muy difícil debido a la política autárquica, que la privó de las importaciones de las materias primas, maquinaria y capitales necesarios.
- Desde 1950 esta situación comenzó a cambiar, tras una primera suavización de la política autárquica en 1953, que provocó una cierta mejora de la industria y un incremento de la 
- Desde 1960 y hasta 1970 la población industrial experimentó una fuerte subida, como consecuencia del desarrollo industrial ocurrido durante estos años, que empleó a una numerosa población, emigrada desde los núcleos rurales.
- A partir de 1970 comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de la crisis, y la población industrial se estancó.

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN OCUPADA EN EL SECTOR TERCIARIO 1900-2007


El gráfico lineal muestra la evolución de la población ocupada o con empleo en el sector terciario en España entre 1900 y 2007. Este sector incluye las actividades que proporcionan servicios a la sociedad es decir, las que no producen bienes materiales, como el turismo, el comercio o los transportes.
Al empezar el siglo XX, el porcentaje de ocupados en el sector terciario era muy bajo. Las razones eran el bajo nivel de vida; el predominio de una economía agraria en la que las tareas del campo apenas estaban mecanizadas y empleaban a una numerosa mano de obra; el insuficiente desarrollo industrial; el bajo nivel de los servicios públicos; y el trabajo mayoritario de las mujeres en las tareas del hogar y en las labores agrarias.
Desde entonces y hasta la década de 1960, inició un lento crecimiento que se vio interrumpido durante el período de la Guerra Civil y la posguerra (1940 y 1950) a causa del mantenimiento o regreso de la población al campo y del descenso del nivel de vida. Así, todavía en 1950, el porcentaje de población ocupada en los servicios era tan solo del 25,9%. 
Entre 1960 y 1975, la ocupación terciaria registró un notable incremento debido a diversos motivos. Aumentó el nivel de vida de la población al superarse la crisis económica de la posguerra, permitiendo un mayor consumo de servicios; la mecanización de las tareas agrarias provocó el trasvase de parte de la población rural al sector servicios; el despegue de la industria a raíz de los planes de desarrollo, favoreció el crecimiento de servicios como los transportes y las finanzas y aceleró el proceso de urbanización; y el auge del turismo colaboró al crecimiento de muchos servicios relacionados con él, como el comercio, la banca, los transportes y el ocio.
Entre 1975 y 1980, la población ocupada en los servicios acusó el impacto de la crisis económica y moderó su crecimiento. No obstante, los servicios fueron el único sector que en estas fechas no sufrió un descenso de la población ocupada, en contraste con el grave retroceso sufrido por el empleo industrial.
Entre 1980 y 2000, la ocupación terciaria recuperó un fuerte crecimiento. Las causas fueron de diverso tipo. El sector terciario se convirtió en el refugio de los parados procedentes de la reconversión industrial; la industria, tras recuperarse de la crisis y modernizarse, se “terciarizó”, reduciendo el número de empleados en las tareas productivas y aumentando la demanda de servicios; el turismo continuó creciendo; la creación de la administración autonómica y de la administración europea incrementó los servicios en la administración pública; la implantación del Estado del bienestar estimuló el crecimiento de los servicios sanitarios y educativos; y el cambio de mentalidad social a partir de la transición a la democracia, favoreció el trabajo de la mujer fuera del hogar, que se focalizó en el sector terciario e impulsó a su vez ciertos servicios, como las guarderías y la ayuda doméstica.
A partir de 2000, la población ocupada en el sector terciario continúa creciendo, aunque a menor ritmo, dado que ya se encuentra en cifras elevadas. En un futuro próximo es previsible que todavía continúe incrementándose, dado que los valores aún están por debajo de los países más desarrollados del entorno; pero más que un crecimiento cuantitativo es esperable una mejora cualitativa y una diversificación de los servicios, que favorecerá a las áreas de mayor dinamismo económico y mayor nivel de renta.

Fernando Reinares, un análisis del 11-M.

Acabo de leer ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España de Fernando Reinares, genial la capacidad para manejar la complejidad del fenómeno en su exposición. Destacaría:

a) El análisis causal. En primer lugar, descripción de los antecedentes, a nivel interno, la formación de las primeras células con Mustafa Setmarian en los años 90 (1994) y la desactivación de la célula de Abu Dahdah y sus remanentes de la Operación Dátil (2001-2003). En otra escala, las conexiones entre células de Madrid, Bruselas, Milán y la imbricación entre grupos salafistas magrebíes (GICM y GIA). Por otro lado, el autor desarrolla un planteamiento fundamental, la necesidad de estudiar las cuestiones sociodemográficas, ya que muchos de los terroristas llegan a España a finales de los 80, con edades entre 30-40 años e inician su proceso de radicalización "la mayoría se radicalizaron en España". De forma paralela, se hace necesario estudio de ámbitos de socialización, mezquitas, congregaciones (Tabligh Jamaat), incluso las cárceles y centros de internamiento). Es un aspecto esencial, para Madrid existen los estudios de Ignacio Castien Maestro. 

b) Descripción del proceso aglutinando tramas y personajes. Dirigentes desde dentro: Maymouni, Chebli, Tunecino; apoyos colaterales que se van insertando: Mohamed Afalah, Lamari y el Egipcio y, finalmente, el grupo de delincuentes comunes convertidos en yihadistas de Jamal Ahmidan (El Chini). Controlando el proceso, el autor de la masacre, Amer Azizi, cuya evolución es esencial para entender la complejidad del fenómeno que tratamos, del joven emigrante marroquí que "bebía demasiada cerveza, fumaba hachís, disfrutaba de la música reggae y era considerado un modelo de apertura" al integrante en 1995 de la célula de Abu Dahdah, Bosnia, Afganistán, Pakistán, hasta convertirse en adjunto de operaciones exteriores de la matriz de Al Qaeda y morir en un bombardeo norteamericano. Una trayectoria biográfica a tener en cuenta junto a los aspectos socioeconómicos indicados previamente.

c) Cronologías significativas. Por un lado, la secuencia de atentados, partiendo de la bomba que estalló en 1995 en un ramal de la Réseau express regional (RER, el regional francés) en Paris, Nairobi y Dar es-Salam en 1998, 11-S de 2001, Bali 2002, Casablanca 2003. Por otro, la propia cronología de la red del 11-M, "aproximadamente dos años y tres meses que transcurrieron entre la decisión de atentar y el 11 de marzo de 2004". En este punto, se plantea una interpretación bastante menos conspirativa de lo habitual en nuestra prensa sobre la elección de la fecha del 11 de marzo de 2014, es más, ni la guerra de Irak había comenzado, ni las elecciones estaban convocadas cuando los terroristas manejaban ya esta fecha según datos precisos que desbroza el autor, números de tarjetas, contratos con datos falsos, etc.. 

d) Los contextos. La memoria del ruido recicla los ecos prepotentes de aquellos remotos desiertos y lejanas montañas. Lo global y lo local, se impone la red. La decisión de atentar la toma Amer Azizi en Karachi (Pakistán), en Estambul se reorganizan estrategias, salidas y entradas a campos de entrenamiento en Afganistán, Marruecos, Irán, Pakistán. Por otro lado, lo local, un piso en el barrio de San Cristobal de los Ángeles de Madrid, la casa de Morata de Tajuña, la mina asturiana, el piso de Leganés, Santa Coloma de Gramanet y en CLM Mocejón.

e) Interpretaciones. El autor no aborda las teorías conspirativas. El libro desmonta la tesis académica de la célula aislada y de la yihad sin líder. La inserción dentro de la estrategia Al Qaeda queda bien fundamentada en la figura de Amer Azizi. Por otro lado, el tema del clásico modus operandi de atentados suicidas en el yihadismo sirve al autor para explicar dos cuestiones, la explosión de Leganés y, lo que es más importante, señalar que el ciclo terrorista no estaba terminado. 

f) Esperanzas. La desactivación del "segundo 11-M" en Barcelona a comienzos del 2008. 

En definitiva, un libro excelente que deja un par de conclusiones a tener en cuenta. 
1. El terrorismo global es un fenómeno polimorfo, diversificado y heterogéneo.
2. Es una amenaza que no cesa y la falta de coordinación en la información es clave para evitarlo.
3. El 11-M dividió a los españoles, una triste realidad que cabe probablemente asociar a una cultura política proclive a la polarización y a la ausencia de consensos en sectores fundamentales.


* Recomiendo también un breve libro de Juan Avilés, Osama Bin Laden. El fin de una era. La Catarata, 2001.

Energía y poder, pasado y presente.


Los subrayados responden a un fin didáctico. El artículo de Gabriel Tortella fue publicado por El País el 29 de diciembre de 2013. Enlace.

Hace solo unos días (26 diciembre de 2013) el comisario europeo de la Competencia, Joaquín Almunia, en unas declaraciones a Radio Nacional reproducidas en el diario Deia, afirmaba que España “tiene todavía en cierto modo las malas prácticas de antiguas empresas públicas con monopolio. En España nunca ha habido monopolio, pero sí ha habido un oligopolio clarísimo de las empresas eléctricas”. Se refería el comisario al reciente escándalo relativo a las tarifas de la luz y los problemas políticos, empresariales, y de opinión pública que ha planteado. ¿Tenía razón? Sí, tenía toda la razón: en España no ha habido monopolio eléctrico (en el sentido de un solo productor o suministrador de energía), pero sí un oligopolio (en el sentido de un número muy pequeño de productores y distribuidores capaces de ponerse de acuerdo para imponer unos precios por encima de los que habría en caso de libre concurrencia).

Digamos para empezar que la industria eléctrica es proclive al monopolio, como ocurre con la mayor parte de los servicios públicos suministrados en red; tal es el caso de los ferrocarriles y tranvías, o del suministro de agua. La verdadera libre competencia en estas industrias conllevaría la construcción de redes paralelas (dobles vías de tren o de tranvía, dobles conducciones, tendidos eléctricos superpuestos), lo cual sería un auténtico dislate y un despilfarro inaceptable. Por otra parte, esas redes de distribución son muy caras de construir y mantener, de manera que la entrada en el mercado es así doblemente difícil e incluso, sobre todo en países poco desarrollados, se da el caso frecuente de que ni siquiera se puedan reunir los capitales necesarios para crear este tipo de empresas, por lo que frecuentemente requieren incentivos fiscales o de otro tipo para establecerse. Hay indicios de que este fue, al menos en parte, el caso de España.


En efecto, la industria de generación y suministro eléctrico a escala industrial comienza en Inglaterra, Alemania, y Estados Unidos a finales del siglo XIX. Aunque España puede enorgullecerse de tener un auténtico pionero en la materia, el científico Francisco Salvá, que en 1795 leyó una memoria sobre La electricidad aplicada a la telegrafía, y realizó experimentos exitosos en este campo, su obra no tuvo continuidad y hasta finales del XIX no se instalan en Barcelona los primeros generadores de electricidad. El hecho es, sin embargo, que el desarrollo de la industria eléctrica en el España en las primeras décadas del siglo XX coincide con el primer gran empuje industrializador. España, por otra parte, como país montañoso, tiene buenas condiciones para el desarrollo de la industria hidroeléctrica, que es la forma más barata de generar electricidad. De este modo, hasta la Guerra Civil aproximadamente, la mayor parte de la electricidad generada en España es hídrica. Sin embargo, esta modalidad de producción presenta en nuestro país el problema serio del estiaje: el régimen de lluvias es muy irregular y estacional de modo que las posibilidades de generación fluctúan excesivamente, por lo que se fue haciendo cada vez más necesario recurrir a la generación térmica. Pero aquí se daba otro problema: la carestía del carbón español, al que, sin embargo, el Estado siempre ha querido proteger; al imponer cuotas de consumo de carbón nacional, el Estado contribuía a encarecer la electricidad, en detrimento de los consumidores: familias, empresas, y el propio Estado.

Este, sin embargo, mostró interés en apoyar a esta industria, especialmente durante la dictadura de Primo de Rivera, que veía en la electricidad un instrumento clave en su política de industrialización. Otra fuente de energía a la que Primo de Rivera prestó atención (en especial su ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo) fue el petróleo; siguiendo directrices típicamente estatistas, la dictadura instituyó el monopolio estatal de petróleos, que creó más problemas políticos que beneficios económicos. La enemiga de las grandes multinacionales del petróleo contribuyó considerablemente al fin del régimen.

Otros países de la UE han nacionalizado una industria que tiende al monopolio y es crucial para la economía del país. Pero fue con la dictadura de Franco cuando se consagró el bloque oligopolístico eléctrico. A pesar de sus tendencias intervencionistas y totalitarias, Franco manifestó gran respeto por los intereses económicos privados, especialmente cuando las figuras destacadas de tal sector habían contribuido sustancialmente a financiar la sublevación que inició la Guerra Civil, como fueron los casos de Juan March y José Luis de Oriol, por ejemplo. Oriol fue un gran empresario eléctrico; March era un potentado en el sector petrolífero que se convirtió más tarde en propietario de una de las mayores eléctricas. Ambos se interesaron, sin embargo, en otros campos económicos. Cuando llegó el momento de renovar la legislación bancaria, en 1946, muchos creyeron que el régimen de Franco nacionalizaría los bancos y, posiblemente también, la electricidad, como se había hecho en Francia y, para la electricidad, en Inglaterra. Pero no fue así. Al contrario, la banca, aunque muy sujeta a lo que después se llamó “represión bancaria”, siguió en manos privadas, y haciendo pingües beneficios. Lo mismo ocurrió con las grandes eléctricas, cuyo número se iba reduciendo inexorablemente por la ley de las economías de escala. En virtud de esta ley económica, ciertas industrias de técnica avanzada, como la eléctrica, requieren producir en gran escala para ser rentables. Así, gradualmente, las mayores empresas (Iberduero, Unión Eléctrica Madrileña, Hidrola, Sevillana, Barcelona Traction, Eléctricas Reunidas, etcétera) iban absorbiendo a las pequeñas, que no podían competir en precios y calidad de suministro. Por otra parte, aunque el mercado eléctrico ya presentaba considerable complejidad (no tanta como ahora), las grandes compañías esquivaban el control de tarifas que el Estado les imponía para combatir la inflación y mostraban altos beneficios. Esto las hizo muy interesantes para los grandes bancos: los dos bancos vascos (Vizcaya y Bilbao), el Banco de Santander, el Central y el Urquijo fueron los mayores inversores, que acabaron formando un compacto bloque de poder financiero-energético.
No fue ajena al poder y la rentabilidad de las empresas eléctricas la creación de Unesa (Unidad Eléctrica, SA), en 1944, a propuesta nada menos que José María de Oriol Urquijo, hijo y heredero de José Luis de Oriol. Oriol hijo fue el primer presidente de la nueva sociedad. Lo notable de Unesa, que era una empresa privada participada por las grandes del sector, es que debía coordinar la distribución nacional del fluido eléctrico, es decir, coordinar la producción de las distintas empresas, en especial las que eran sus propias accionistas. Como se decía en un decreto posterior (1951), Unesa asumía así, por delegación del Estado, las funciones de coordinación de la industria eléctrica nacional que normalmente hubieran correspondido a una oficina estatal, como ocurría en los países que, como Francia e Inglaterra, y más tarde Italia, habían nacionalizado el sector. En palabras de Eduardo García de Enterría, se daba así en España el caso único de “un verdadero régimen de autorregulación por las empresas eléctricas afectadas”. Y el ya entonces complicado sistema de tarifas vigente era, en definitiva, pactado con las empresas en virtud de un sistema polinómico y unos factores adicionales que, de hecho, garantizaban una alta rentabilidad al sector.

Por otra parte, el exacerbado nacionalismo de la dictadura contribuyó a beneficiar a este bloque a expensas de los inversores y accionistas extranjeros. El caso más sonado fue el de la Barcelona Traction Light and Power. Era esta una empresa internacional que abastecía a gran parte del mercado barcelonés y catalán, empresa a la que Juan March había echado el ojo hacía varios años, pero cuyos directivos no querían vendérsela. Con el apoyo manifiesto del Estado español, March consiguió que un tribunal declarara a esta empresa en quiebra (no tenía más problema que el hostigamiento a que la sometió el Estado) y la subastara. No es necesario decir que fue March quien la adquirió a precio de saldo en 1948 y la convirtió en Fuerzas Eléctricas de Cataluña (FECSA), que décadas más tarde se fusionaría con Endesa. Tal negocio hizo March, con esta operación que, en agradecimiento a la nación, decidió crear la fundación que lleva su nombre. Los pleitos internacionales a que este asunto dio lugar se prolongaron unos 20 años; Juan March llevaba mucho tiempo muerto cuando se publicó la sentencia final, que le dio la razón, provocando un gran escándalo. Otro asunto parecido, aunque menos ruidoso, fue la cuasi expropiación de las acciones del banco suizo Elektrobank, propietario de un paquete de control en Sevillana de Electricidad, también con el apoyo del Estado español. Este caso hizo menos ruido porque los suizos cedieron el control y vendieron su participación, de modo que no hubo escándalo ni procesos judiciales.

Este compacto bloque de poder financiero-eléctrico fue una de las herencias que el franquismo legó a la democracia. Han ocurrido muchas cosas desde la Transición, pero el poder de las eléctricas permanece, y constituye un serio problema económico que trasciende a la política. Otros países de la Unión Europea, como los arriba citados, han resuelto la cuestión hace ya mucho tiempo nacionalizando una industria que propende al monopolio y es crucial para la economía del país. ¿Será esta también la solución para España?
Gabriel Tortella es profesor emérito de Historia Económica en la Universidad de Alcalá.

  ACTIVIDADES  
1. ¿Cuál es el motivo del encarecimiento de los servicios públicos en red?
2. En qué región española se desarrolló más rápido el sector de la electricidad.
3. ¿Qué acontecimiento exterior favoreció el impulso industrializador del que habla el autor?
4. Indica las ventajas y desventajas geográficas para el sector eléctrico en España.
5. El carbón fue la materia energética básica de la Revolución Industrial. ¿Qué política económica se siguió en España respecto a este recurso energético? ¿Qué consecuencias tuvo para los inicios de la industria eléctrica?
6. ¿Qué política se siguió durante la dictadura de Primo de Rivera respecto a la electricidad?
7. ¿Qué quiere indicar el autor cuando dice "La enemiga de las grandes multinacionales del petróleo contribuyó considerablemente al fin del régimen"? 
8. ¿Qué política siguió el régimen franquista respecto de las eléctricas? ¿Qué política siguieron, para este mismo sector, otros países?
9. ¿Qué hacían las compañías eléctricas para eludir la inflación?
10. ¿Qué es el bloque energético-financiero? ¿Cuál crees es su relación con el oligopolio del que habla el autor?
11. ¿Qué ocurrió con empresas e inversores extranjeros del sector eléctrico durante la dictadura franquista?
12. ¿Cuál fue la solución adoptada en alguno de los países de la UE?

 INVESTIGA 


Isabel Bartolomé Rodríguez, La industria eléctrica en España. Estudios de historia económica (50). Banco de España.

El rasgo, de Emilio Castelar

Los periódicos reaccionarios de todos los matices nos han atronado los oídos en estos últimos días con la expansión de su ruidoso entusiasmo, de sus himnos pindáricos; verdadero "deliriums tremens" de la adulación cortesana. Según ellos, no la casta Berenguela, ni la animosa María de Molina, ni la generosa Sancha, ni la grande Isabel, ni Reina alguna desde Semíramis hasta María Luisa, han tenido inspiración semejante a la inspiración que registrarán  con gloria nuestros anales y escribirán con letras de oro los agradecidos pueblos en bruñidos mármoles.
Vamos a ver con serena imparcialidad qué resta, en último termino, del celebrado rasgo. Resta primero una grande ilegalidad. En los países constitucionales el Rey debe contar por única renta la lista civil, el estipendio que las Cortes le decretan para sostener su dignidad. Impidiendo al Rey tener una existencia aparte, una propiedad, como Rey, aparte de los presupuestos generales del país, se consigue unirlo íntimamente con el pueblo. 
Hace mucho tiempo que se viene encareciendo cuánto podían servir para sacar de apurtos al Erario los bienes patrimoniales de la Corona. Y, sin embargo, nada, absolutamente nada se sacará ahora; nada. La Reina se reserva los tesoros de nuestras artes, los feraces territorios de Aranjuez, el Pardo, la Casa de Campo, la Moncloa, San Lorenzo, el Retiro, San Ildefonso: más de cien leguas cuadradas, donde no podrá dar sus frutos el trabajo libre, donde la amortización extenderá su lepra cancerosa. El Valle de Alcudia, que es la la principal riqueza del Patrimonio, compuesto de ciento veinte millares de tierra, no podrá ser desamortizado a causa de no pertenecer a la Corona, y, según sentencias últimas, pertenece a los herederos de Godoy. En igual caso se encuentra la riquísima finca de la Albufera, traspasada por Carlos IV a Godoy en cambio de unas dehesas de Aranjuez y unos terrenos de Moncloa. Si después de esto se transmite a la Corona el veinticinco por ciento de cuanto haya de venderse, quisiéramos que nos dijesen los periódicos reaccionarios que resta del tan celebrado rasgo, qué resta sino un grande y terrible desencanto.
Los bienes que se reserva el Patrimonio son inmensos: el veinticinco por ciento, desproporcionado; la Comisión que ha de hacer las divisiones y el deslinde de las tierras, tan tarda como las que deslindan de los bienes del Clero; y en último resultado, lo que reste del botín que acapara sin derecho el Patrimonio vendrá a engordar a una docena de traficantes, de usureros, en vez de ceder en beneficio del pueblo. Véase, pues, si tenemos razón; véase si tenemos derechos para protestar contra ese proyecto de Ley, que, desde el punto de vista político, es una engaño; desde el punto de vista legal, un gran desacato a la ley; desde el punto de  vista popular, una amenaza a los intereses del pueblo, y desde todos los puntos de vista uno de esos amaños de que el partido moderado se vale para sostenerse en un Poder que la voluntad de la nación rechaza; que la conciencia de la nación maldice. 
Emilio Castelar, en el periódico La Democracia, de 25 de febrero de 1865.
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