El rey Carlos IV y María Luisa recibían cada día, como puede muy bien suponerse, una gran impresión, un choque moral con cada noticia nueva de lo que ocurría en Francia: era la época de las angustias, de las desgracias del rey Luis XVI, de la reina María Antonieta y de su infortunada familia […]. Las alteraciones de Francia eran cada día más graves; el peligro de contagio cada vez más amenazador. A un ministro viejo e irresoluto (Floridablanca) acababa de suceder otro anciano que, pasándose de extremo contrario, quería arriesgarlo todo (Aranda). La pusilanimidad de uno, la temeridad de otro, inspiraban al rey idéntica desconfianza. Provocaciones, insultos directos salían de la tribuna; el trono de Luis XVI acababa de hundirse; la república le había sustituido y no se hablaba sino de revolucionar los Estados vecinos, de llevar a ellos la propaganda y la guerra. Ya la invasión había tenido lugar en el norte; Luis XVI, jefe de la familia de los Borbones, con la reina y sus hijos, prisioneros, iban a ser juzgados. Manuel Godoy, Memorias, 1836. |
TEXTO. LA INQUIETUD DE LA MONARQUÍA ANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA.
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