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En España el respeto es revolucionario. Fernando de los Ríos.

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Flores para una victoria, flores para una tumba olvidada.

Su cuerpo llego a la capital británica procedente de Gibraltar en el matrecho Victory, que primero recaló en Greenwich. El 8 de enero de 1806 comenzó el sepelio oficial. La comitiva fúnebre partió de Greenwich en 18 pequeños barcos a través del Támesis hasta el corazón de Londres: el Whitehall. Millares de personas se arremolinaban en los muelles de forma multitudinaria, mientras que las embarcaciones surcaban lentamente el curso del río, engalanadas y en grandiosa solemnidad. Escudos de armas, trompetas, velos de terciopelo negro, seis almirantes llevando el palio fúnebre y el primer lord del Almirantazgo a la cabeza del cortejo.
Aquel día no fueron unos cuantos cañonazos los que sonaron al paso de Nelson. Desde la Torre de Londres las andanadas se escucharon por encima del batir de los tambores de modo intermitente a lo largo de la jornada, retumbando en los corazones y los cuerpos de miles de británicos. 

Del Whitehall, donde fue expuesto su cadáver, pasó al edificio del Almirantazgo para al día siguiente, el 9 de enero, ser conducido de manera definitiva a la catedral de San Pablo. Allí, el primer jefe de armas leyó en voz alta los títulos de Horatio Nelson; dentro del ataúd se depositaron sus bastones castrenses, rotos en ceremonia. El cadáver fue bajado al sarcófago de la cripta, donde todavía descansa hoy; en el momento del final del sepelio, ya había oscurecido. 

...Durante mucho tiempo siempre hubo flores al lado de aquella tumba. Flores para una victoria. 

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Nelson, con su capacidad de resistencia, se había convertido en un héroe popular británico: el mejor y más valioso almirante de Inglaterra para hacer frente al temido poder la Francia napoleónica y para luchar contras las naves de otro viejo rival del mar, la Corona de España. El listado es largo: la batalla del cabo de San Vicente, el intento de asedio de Tenerife, la acometida contra Cádiz, la batalla de Abukir...Trafalgar. 

Pero si a Nelson se le respetaba entre las gentes del pueblo y el conjunto de sus subordinados y compañeros de la Royal Navy, ciertos grupos de la élite de Inglaterra toleraron muy mal su carrera y su existencia. De origen humilde, sólo sus éxitos le permitieron relacionarse en algunos ambientes de las capas altas de aquella sociedad que miraba con desdén al "hijo de un clérigo". El día del funeral se pusieron delante de la comitiva del sepelio, pues lo contrario hubiese sido desafiar al pueblo inglés. Pero aun con toda la pompa, hubo un detalle muy poco adecuado en el entierro: el féretro del defensor de Inglaterra, donde yace todavía hoy, es el sarcófago de otro. Ahorrándose esfuerzos, se destino para cobijar sus restos un viejo sarcófago que había sido realizado mucho tiempo antes al objeto de guardar allí el cadaver del cardenal Wosley, quien al final nunca llego a ocupar. Aquel féretro estuvo durante siglos en la capilla de Wosley de Windsor, abandonado por todos. Los grupos más resentidos de las élites, ante la brillante carrera  de un hombre sin apenas raigambre social de nacimiento, envueltos en el inmenso y pomposo ruido del funeral, se ahorraron la dignidad de conceder a Nelson su propio mármol. 

Quizá sólo sus amigos de la Marina supieron expresar lo que se debía al veterano almirante, pues el ataúd interior donde se encuentra el cuerpo es el encargo sencillo, sobrio y sin apenas decoración, de uno de sus mejores subordinados, el capitán Benjamin Hallowell. Está realizado con la madera del palo mayor de una de las naves más representativas de Francia en la batalla del Nilo: el buque L´Orient, precisamente el gran navío que acabaría volando por los aires en pleno combate. En aquellos momentos difíciles, Nelson era hijo de Inglaterra porque era hijo de la guerra.

Evidentemente, a la mujer que les entrego a él y a Gran Bretaña lo mejor de su juventud, Emma Hamilton, así como a la hija que ambos tuvieron, Horatia Nelson, muy pocos desde el poder de Londres otorgaron alguna dávida, dejándolas incluso morir en la más completa miseria. Para muchos de los miembros de aquellas élites ella era sólo "la amante de Nelson". Pronto se olvidó "Britannia" de las importantes labores diplomáticas de Emma en Nápoles para asegurar la amistad hacia Inglaterra del reino borbón de las Dos Sicilias durante algunos de los peores momentos del ataque napoleónico sobre Italia.


Emma como Circe, por George Romney1782.

...Flores para una tumba olvidada.  

J. Cayuela y A. Pozuelo, Trafalgar. El mar en la era napoleónica

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