A diferencia de las anteriores que tuvieron escasa eficacia, la Constitución de 1845 estructura el Estado y la sociedad conforme a los criterios políticos de los moderados: consolida la oligarquía agraria y financiera, mantiene en un segundo plano a la burguesía y permite una explotación sin límites de la pequeña burguesía, el proletariado y el campesinado. La estabilidad del sistema moderado resulta siempre precaria, por la continua represión que precisa y la escasísima representatividad del régimen. El mismo sistema político produce la división de los moderados en diversas camarillas formadas en torno a la alcoba de la Reina, los negocios de la reina madre y el monarca consorte y los núcleos de poder político, militar y religioso. Estas camarillas se relevan en el poder, al margen de criterios parlamentarios y establecen conexiones directas entre la gran propiedad y el Estado: la Corona, el gobierno, el Senado vitalicio, la Iglesia y el ejército que resultan fundamental par la defensa del sistema. Los progresistas, sistemáticamente marginados, confiarán progresivamente en la revolución como único medio de quitar los "obstáculos tradicionales" para un sistema representativo, púdica denominación que se dio al ejercicio arbitrario del poder por la Reina. Solé Tura, J y Aja, E, Constituciones y periodos constituyentes en España (1808-1936). Madrid, Siglo XXI, 1977. |
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