El esquema nos muestra cómo casi la mitad (el 43%) del producto obtenido por el campesinado se destina al pago de impuestos, lo que pone de manifiesto la elevada carga contributiva que debía soportar. Del 57% restante, casi la mitad, se debía guardar para poder seguir produciendo (es decir, era grano para sembrar al año siguiente); solo una cuarta parte del total se destinaba al mantenimiento de la familia, y un reducido 7% se dirigía al mercado con el fin de obtener dinero en metálico. Lo poco que se conseguía iba generalmente destinado a la compra de útiles (reposición de instrumentos, por ejemplo), al pago de determinados servicios (ropa, alquileres, curas, etc..), con lo que las posibilidades de ahorro eran escasas o nulas. La imposibilidad de generar un excedente que permitiera una acumulación de capital convertirá a las familias campesinas en extremadamente vulnerables. Una sola mala cosecha las podía arruinar y condenarlas al hambre, al tiempo que aumentaba su dependencia respecto de los señores (a menudo, convertidos en prestamistas). La reinversión campesina, por tanto, era casi inexistente, y las posibilidades de acceder a la propiedad, nulas. |
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